28 agosto 2010

Desvelo

Nunca pude curarme de este insomnio poco confesado. Todos siempre duermen sus plácidos sueños de sábanas tibias, su descanso bien merecido. Yo, en cambio, no reposo de esfuerzo alguno, mi jornada laboral está lejos de dignificarme: no cumplo horario de oficina, ni tengo hijos que atender. Ahora que la noche congela mi carne, se paraliza mi cuerpo obstinado en estar fuera de la cama, en abrir los ojos frente a estas horas que no te regresan. En las madrugadas, los sonidos amortiguados de esta ciudad no consiguen sacarme del letargo. Nunca pude curarme de este insomnio poco confesado que se vuelve con los años adicción inútil, vejez anunciada. 

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